sábado, 30 de abril de 2011

WHEN THE PREMIOS GO MARCHING IN (¡MARCHANDO UNA DE PREMIOS!)

Los premios literarios son una forma de hacerse visibles muchos escritores e ilustradores. Los premiados, finalistas o menciononorarios, tienen varios instantes de visibilidad, varios momentos de publicidad en algunos medios de comunicación, la posibilidad de salir sonrientes en una foto y decir cosas originales en un mini discurso: “Gracias por este merecido premio que espero me sea retribuido cuanto antes, pues mis hijos tienen que comer y no estoy para bromas literarias. Con el pan de mi familia no se juega, ni en broma (alimento en griego)”.

Como todos los caminos conducen a broma habrán comprendido que nadie ha hecho jamás este discurso, aunque el que acabó de oír hoy a una escritora jurado de un premio se le parece: “Espero que los premios no se olviden de los escritores que ya hemos recibido otros premios”. Pues señora Norma H. –premio Clarín y El Barco de Vapor entre otros-¡no se presente como jurado!, deje ya de llorar por las esquinas, sonreír a los editores presentes y clamar por que “los escritores conocidos también tenemos derecho a ser premiados, pues un premio da dinero, viajes y prestigio”.

Pues como les decía, los premios literarios permiten ser conocido o conocida tanto en el mundo de la literatura adulta como en el de la literatura infantil. De la adultez de los premios sé poco, pero de su infantilidad sí. He pasado por todas las fases posibles como si fuera un niño creciendo: ser lector, ser jurado, presentarme a un premio, ser premiado y, últimamente, asistir como prensa a cuanto evento con laureles infanto-juveniles tengo cerca. A veces, cada dos años, escribo sobre el desprestigio de los premios Andersen, ese premio que dicen que es el máximo galardón para un escritor o ilustrador de LIJ y que solo habla inglés, premia a blanquitos/as preferentemente europeos que no sepan castellano y sobre cuyas componendas y turbiedades se pueden escribir varios artículos.

Y entre presentación del premio A y presentación del premio Z uno empieza a vislumbrar cosas:

1. Que cada vez los jurados de los premios hablan más y peor.
2. Que cada vez los premiados hablan menos y peor.
3. Que cada vez los editores convocantes del premio hablan más.
4. Que cada vez los cocteles acompañantes del anuncio público del premio son mejores.
5. Que cada vez es más sencillo llevarse a casa el libro premiado con una dedicatoria del autor/a.
6. Que cada vez hay más niños en los actos que aplauden a sus padres, maestros o profesores de su taller de escritura.
7. Que hay más densidad de talleres de escritura en Argentina que en otras partes del mundo.
8. Que hay menos densidad de literatura en los libros premiados que nunca.
9. Que, mira por dónde, este texto premiado lo leí yo hace un par de años y ha empeorado con el cambio climático (lo que lees en el hemisferio norte cambia con el paso al hemisferio sur).
10. ¿Por qué sigue perdurando la costumbre de hacer ver que se abre la plica con el nombre del ganador en ese momento cuando ya todo el mundillo sabe quién es el premiado, ese escritor/a con el que acabas de hablar, te han dado un dossier de prensa con foto incluida y la promesa de una entrevista?

En fin, que a pesar de tanto vislumbramiento uno sigue yendo a las presentaciones de premios que permiten seguir asombrándose con afirmaciones como las siguientes:

- “La calidad literaria es un concepto histórico” (¿Cada año cambia el jurado de criterios? ¿O es que ahora los jurados son historiadores?)
- “¿Qué tiene que tener un libro premiado? En principio la escritura” (Obvio, si fuera una partitura el concurso no sería literario sino de música)
- “Premiamos a escritores que tengan la papelera llena de papeles” (¿Y cómo lo saben? ¿Cómo miden la llenitud literaria de una papelera?)
- “Decir qué es calidad literaria es una tarea que requeriría de un seminario de siete semanas”, para luego no decir nada o simplezas como “premiamos a obras que cumplan las bases”.

Pues, lectores, elijan la que más les guste, ánimo. Escríbanla en un papel que convenientemente hecho una bola vaya a parar a su papelera más cercana y, cuanto tengan unos cientos de frases-bola desbordando su lugar de trabajo, preséntense a un premio de Literatura Infantil. ¿El título? Aquí van tres sugerencias: “El secreto de la papelera enojada”, “Asesinato en Paper Bin” o “Manual para empapelar jurados”.

2 comentarios:

  1. Es cierto, creo los jurados deberian limatarse a hacer sus respectivos trabajos y no hablar de mas, ya que al final, no dicen mas que basura.

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  2. Javier, ocurre así como lo escribes.

    En los premios grandes como en los pequeños... en el cielo como en la tierra...

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